Un objeto común, un vínculo extraordinario
Diseño, ternura doméstica y el mate que no dejo ir.
Terminar el mes de abril a mitad de semana, justo un miércoles, en donde intento lograr cierta continuidad para mis bitácoras. Los finales y principios -de mes, de semana, de año- me impulsan a buscar nuevas formas, nuevos rituales para potenciar mi creatividad, para soltar esas absurdas creencias de que todo es difícil, para encontrar maneras de que la constancia en mis proyectos se vuelva parte del día a día.
Dulce bitácora # 2 Un objeto, un ritual y una conexión.
Retomé mi viejo ritual de mate y escritura. Lo había cambiado por té, pero revisando la alacena vi, en el fondo, un desgastado mate de madera sin ornamentos innecesarios. Apenas dos líneas superficiales lo rodean como decoración, como si alguien en el torno hubiera dicho: acá le falta algo... pero poquito. Agradezco que no insistiera.
Nos encontramos o reencontramos con objetos a los que les atribuimos un valor sentimental muy alejado de la intención original de quien los diseñó. Los resignificamos, los domesticamos. Dejan de ser “un mate de madera” y se transforman en el mate de papá, el primer mate universitario, el que me acompañaba mientras aprendía a estudiar de madrugada.
Este en particular fue un regalo de mi papá cuando empecé una carrera, mucho antes de saber que me recibiría de diseñadora. Y quizás por eso me gusta tanto. Porque está libre de toda expectativa proyectual. Era sencillo, útil, cómodo.
Hoy ya no es un mate utilizable: las profundas grietas no permiten que cebe un mate, ni siquiera lavado como suelo tomarlos. Lo miro con pesar y me pregunto en qué momento resultó herido. Me culpo de haberlo descuidado y me doy cuenta de que me genera una conexión emocional que no tengo con todos los objetos que me rodean.
Los objetos que más valoramos no siempre son los más extravagantes, caros o llamativos, sino aquellos que nos son íntimos, familiares, irremplazables aunque se rompan. En el caso de mi mate, sé que es de esos modelos comunes y corrientes, hechos en serie en un torno, pero al verlo me parece único.
Quizás el buen diseño tenga que ver con eso: con una curva modesta, con el tamaño justo que entra en tu mano, con un objeto que parece uno más del montón pero que, cuando lo empezás a usar, entendés por qué lo elegiste.
Esa relación personal que tenemos con las cosas les suma al diseño una emoción que no estaba contemplada. Una emoción que termina de cerrar el circuito desde que se diseñó hasta el usuario. Y qué lindo es pensar en la posibilidad de que uno de tus diseños sea valorado con un sentimiento que quizás no se te había ocurrido. Porque a veces diseñamos para un mercado tan amplio que ciertas cosas quedan fuera del mapa. Y aunque suene a etiqueta de marketing o a frase de gurú, de eso se trata (también) el diseño emocional.
Y ya que estamos, tres cosas que confirmé esta semana gracias a este mate:
Un objeto puede ser barato, común y emocionalmente invaluable.
A veces, las grietas cuentan más historias que los brillos.
Redescubrí que mis mejores ideas no vienen de Pinterest, sino del fondo del mueble de la cocina.
Así que, mientras me hago otro mate (lavado, obvio), me quedo pensando:
¿Qué objeto te acompaña hace tanto que ya no sabés si lo elegiste vos o él a vos?
Nos leemos el próximo miércoles.
O antes, si se me ocurre otro ritual absurdo que funcione.
Mai ✨